Caen los pétalos blancos de las flores del ciruelo. Es la
nieve de cada primavera danzando en el aire que atrae con su perfume mi mirada.
También la visita de un par de tórtolas que anidan en esta zona del parque.
Parece que han salido de fiesta con su brillante collar verde. Todo el jardín
está cubierto por el mullido manto de flores que revolotean al aire suave de la
lluvia de abril que se avecina. Entre tanto blanco resaltan los tulipanes con
su apasionado color rosa que da un toque delicado de color al conjunto. Las
flores amarillas de las plantas carnosas en las macetas cerca del muro y el
lila azaroso que resalta por todo el romero que crece a un lado, acaban de
pintar el cuadro de mi jardín en esta tarde de sol y sombras.
Quizás inspirado por esta belleza en el ambiente, el vecino
se ha puesto a tocar su violonchelo. Toca con suavidad una pieza que no logro
identificar. Los cantos de los pájaros le acompañan. El ruido mortecino de la
tormenta que va acercándose se convierte en la sorda percusión de este
concierto.
La menta verde crece por doquier en mi trocito de edén.
Alguien me avisó que podía pasar, pero no me importa, ¡huele tan bien recién
mojada! Recojo un manojo y pongo agua a hervir. A los cinco minutos, mi té al
estilo bereber humea y el primer sorbo me transporta a mis viajes. Sólo que hoy
estoy en casa, y me siento feliz entre estas maravillas. No en vano alguien
nombró la zona donde vivo Vallparadís.
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