4 de septiembre de 2011

Reset

A veces la memoria juega malas pasadas. Soraya se acordaba aún de la primera vez que lo vió, de sus pasos al llegar, su mirada baja y su titubeo al escoger una silla donde sentarse. Por aquel entonces, él no era nadie en su vida. Se acordaba de la primera vez que se abrazaron, como dos amigos, cuando todavía era muy pronto para acordarse de nada. Se acordaba también de aquel mensaje en el buzón de voz que él le había dejado después de pasar la tarde con ella. Esa noche al escuchar el tono de sus palabras, se dió cuenta que algo importante había ocurrido. La memoria de Soraya hacía que se grabasen cada uno de los momentos con él, en un disco que ahora ya llevaba su nombre.

A veces la memoria juega malas pasadas. Se acordaba de todas y cada una de las primeras veces que pudieron vivir desde que se conocieron. Aunque eso no era ninguna novedad. Lo que para ella era importante siempre se quedaba grabado en  su memoria. No eran nombres, ni fechas, ni cifras. Eran sensaciones. Eran emociones. Eran instantes diminutos que despertaban un mundo enorme en su interior sin saberlo. Lo que si era novedad era ver ese mundo de nuevo como la primera vez, con él. Eso lo hacía especial. Él parecía experimentar lo mismo, así que les fue fácil decir que estaban enamorados.

A veces la memoria juega malas pasadas. Soraya recordaba todas las conversaciones, las risas, los ratos juntos. Sorprendentemente, cuando recordaban su vida en común, él se acordaba de cosas bien diferentes de las que Soraya recordaba. Uno describía al otro el mismo recuerdo con detalles distintos. Se reían. Soraya sentía que crecía cada vez que se contaban la realidad desde sus posiciones encontradas. Era como ver las caras de una misma moneda. A veces se contrariaban, porque era dificil poner en común dos maneras de ver la vida, tan iguales, tan diferentes.

Porqué a veces la memoria juega malas pasadas. De la misma manera que recordaba sus momentos con él, Soraya recordaba los momentos con otros. Así que hubo un día en que Soraya confundió el disco y creyó que vivía con él un desastre vivido anteriormente con otro. Es bien verdad que siempre le había recordado al segundo en algunas cosas, pero partía de una memoria equivocada que no supo diferenciar. Fue entonces cuando empezó a registrar en otra frecuencia sus palabras. Cuando aquella noche se encontraron en la terraza desierta, ella lo vió de espaldas esperándola y fumándose tranquilamente un cigarrillo mirando la ciudad infinita; quiso llegar en silencio y abrazarlo, envolviéndolo con sus brazos sobre el pecho, y besarle el cuello con amor. Sin embargo, le despertó de su letargo mucho antes y esquivó el beso con un beso en la mejilla. Obcecada, Soraya no paró hasta que se abandonaron el uno al otro. Escondido en su caparazón de hiel, él se alejó para no volver jamás.

Porqué a veces la memoria juega malas pasadas. Soraya se acordaba de esto y de todo aquello, una y otra vez. Por más que se forzara a sí misma a borrar todo aquello de su cabeza, de su piel, de su corazón, no lo conseguía. Hubiera preferido tantas veces no conservar sus recuerdos y, sin saber como hacer el reset en su memoria, buscaba desesperada el botón que la hiciera olvidar para siempre y poder empezar de nuevo.

Así que se quedó recordándole por un tiempo, hasta que poco a poco otros recuerdos se amontonaron encima de los primeros... y hubo un momento en que eso ya no importó. Porque a veces la memoria se confunde en el pasado y la tierra yerma deja crecer el pasto verde y brillante de las grandes llanuras de África donde la inmensidad de la vida recorre una y otra vez los senderos del agua.

Y a veces la memoria deja jugar. Un día Soraya se cruzó con él al cabo de mucho tiempo. No se acordaba de lo que había sentido una vez, y se extrañó al oir un pequeño clic cuando se fijó en la mirada baja y la manera de caminar de ese hombre que se acercaba con un caparazón derretido en la mano buscando una silla con la que sentarse a su lado.

2 comentarios:

Ester dijo...

Mmm... Más que la memoria en sí, aquello que suele jugarnos malas pasadas es esa parte de nuestro cerebro primitivo que echa mano de todo lo malo que en su día fue para ponernos en guardia ante algo que podría repetirse.

La lástima es que la amígdala no tiene en cuenta todas las variables a la hora de dar su veredicto...
:)

Besos

BLOG de Direccion y Desarrollo de Personas dijo...

..y nos hace repetir y repetir en circulos interminables patrones de conducta que podriamos cambiar...
¿recomendamos alguna lectura?