4 de septiembre de 2011

Música en la memoria

Alejandra se paseaba por las calles del centro en una de aquellas tardes en que la fiebre compradora y consumista le había hecho olvidar la cifra que cada mes aparecía en su cuenta de gastos bajo el tedioso nombre de cuota de hipoteca. Así que aquella tarde había decidido quererse un poco a sí misma y regalarse algunas materialidades para suplir otras carencias de la semana. Balancear su cuenta emocional con algunas compras era como para tanta gente tomarse un analgésico de corto efecto pero paliativo.
Deambulando sin rumbo fijo por las calles peatonales repletas de gente, pasó por una pequeña tiendecita que no recordaba que antes estuviese ahí. La había casi sobrepasado, echando una rápida ojeada al escaparate prácticamente vacío cuando rehizo su camino y se decidió a entrar. No supo porqué, hasta que una vez en su interior, oyó con claridad las notas de un piano que de golpe la transportó entre las hileras de ropa a la primera noche que estuvo con él. Reconocía la melodía que habían oído juntos entonces y, azorada, miró a su alrededor como la vida en aquella tienda seguía su cotidianidad. Se sumergió en las piezas de algodón que pasaba lentamente con las manos, fijando la vista en los colores que se desvanecían mientras su pensamiento volaba con la música a las palabras, las caricias y los besos que se habían dado.
Recuerdos repentinos. Recuerdos inesperados. Entrar en aquel local había sido como entrar en un túnel del tiempo. No se había dado cuenta que cruzaba el umbral de la memoria y había quedado atrapada por los recuerdos en aquella tienda de ropa barata. Memoria instantánea. Como la de los chimpancés, que recuerdan al ver en un instante la secuencia de números dispuestos al azar en una pantalla y saben repetir la cadena sin equivocarse con una rapidez pasmosa. Así le había sobrevenido toda su vida con él con sólo unas notas.
De pronto la melodía terminó y en los siguientes instantes de trance, Alejandra estuvo a punto de coger el teléfono y pedirle que volviera a escuchar esa música con ella. Aquello había sido como una llamada del destino, y quizás él también en aquel ahora la estuviera recordando a su manera; así creía Alejandra que fluctuaban estos momentos mágicos en el universo, cuando las personas se comunican por canales misteriosos de energía transparente. Si ella estaba sintiendo todo aquello, él no podía estar ajeno a sus sentimientos. No había manera de comprobarlo, así que sólo podía confiar en que la fuerza que la acababa de arrollar aquella tarde yendo de compras no fuera una simple casualidad. Una puerta que conectaba el sendero entre sus mismidades.
Como si el imán hubiese dejado de retenerla, al cambiar la música salió de la tienda oscura sin más, buscando recuperarse con el sol y el aire fresco de primavera del torbellino de recuerdos que había revivido sin querer. Alejandra no hubiera identificado esa canción unos años antes cuando no lo conocía, y ni tan siquiera ahora sabría volver a tararearla, pues su memoria musical distaba exponencialmente de la de aquel niño prodigio que había visto una vez en un documental y que con seis años tocaba sin partitura largas piezas de Mozart o Chopin. Sin embargo, la asociación de sus recuerdos la había transportado a cada uno de los instantes que había pasado con él.
¿Cómo saber que la decisión que habían tomado era la correcta? Alejandra había proseguido su vida con normalidad después de la rotura y él a buen seguro había retomado la suya. Las cosas eran más sencillas sin intentarlo. ¿Cobardía? Los dos estaban más seguros sin arriesgarse. Y más felices. Era más fácil decir que no valía la pena, era más fácil decir que se habían confundido. Era más fácil matarse el uno al otro. Pero cuando Alejandra escuchó en aquella tienda la melodía que los había unido, despertándose todo lo aletargado que había escondido en su memoria más recóndita, no pudo por menos que llorar por la decisión que habían tomado. Ojalá él también se diese cuenta. Alejandra sólo podía esperar que en algún otro lugar él se encontrara de repente con la música que había decidido enterrar y la memoria emergiese de sus entrañas para despertarlo también. Mientras tanto, para Alejandra, aquella tienda entre callejuelas sólo podría ser un recuerdo más de su relación, en el catálogo de recuerdos residuales.

2 comentarios:

Ester dijo...

Estamos hechos de recuerdos, ya sean olfativos, auditivos, visuales o táctiles...
Y a mi modo de ver nunca dejamos de sentir algo por todos aquellos que en su día amamos. Forman parte de nosotros. ¿Cómo iban a dejar de importarnos?
:)

BLOG de Direccion y Desarrollo de Personas dijo...

Supongo que sobretodo la música tiene ese poder evocador brutal...
thank you Ester for comments!
welcome !