5 de febrero de 2012

despedida

La alarma del móvil sonó en la penumbra de la mañana que se colaba con la luz entre las cortinas de la habitación. Él se levantó de un salto, como un niño asustado, y se quedó sentado aún sin entrar en si, con los pies en el suelo de espaldas a ella. “Abrázame antes de que te vayas” susurró por detrás sin incorporarse. Él se echó de nuevo en la cama y la besó envolviéndola con todo su cuerpo. De nuevo no sabían cuando se volverían a ver. “Hasta pronto…” dijeron, como si aquella eternidad que los iba a separar tuviese que ser más corta sólo por pronunciar esas dos palabras. Él se tomó un café en la cocina y salió a buscar el coche. Ella le había dicho que se quedaría dormida; pero tenía que verlo una última vez, así que se levantó y se quedó acurrucada en el sillón cerca de la ventana viendo entre las telas la fría mañana que amanecía, hasta que oyó el ruido de las ruedas acercarse moviéndose despacito por el camino de tierra entre los árboles. Él bajó la ventanilla del coche y la buscó detrás de los cristales, porque aunque había dicho que se dormiría, quería verla una última vez. Pero ella no podía soportar una nueva despedida, así que hundió la cabeza en el edredón que había arrastrado consigo, y cuando dejó de oírle y se atrevió a levantarse, sólo quedaba el camino desierto que de golpe la volvía a la normalidad.